jueves, 2 de junio de 2016

TARDE PERO MAL, NO IMPORTA, SE VA LLEGANDO






Por Jorge Oscar Sulé


Nos referimos a ciertas informaciones asentadas en el libro Juan Manuel de Rosas. La construcción de un liderazgo político de Raúl O. Fradkin y Jorge Gelman, autores que se mueven en la presunción de objetividad e imparcialidad que se atribuyen a la investigación histórica...y algo han avanzado.  

Señalaremos datos, errores, omisiones contextuales sin los cuales queda la información incompleta o directamente adulterada, circunstancias varias que nos suscita la lectura de este libro que, no obstante, recomendamos.

En las primeras páginas los autores afirman que Rosas dominaba el francés y el inglés. No es cierto. Rosas dominaba el castellano bien, el latín mal y el pampa indígena bien. Durante el bloqueo anglo-francés iniciado en 1845,  y que duró unos años, el 12 de junio de 1847 Rosas recibió al embajador francés, conde Walewski, quien trajo como traductor a Brossard, funcionario de la embajada francesa que hablaba el castellano, por lo que ofició de intérprete entre Walewski, que no hablaba el castellano; y Rosas, que no hablaba el francés.

En cuanto al idioma inglés, durante casi tres meses de trayecto en el buque inglés Conflict que llevó a Rosas al exilio, tanto él como Manuelita fueron aprendiendo algunas expresiones de ese idioma, gracias a los buenos oficios de un marino inglés y un diccionario de dicha lengua.

En la página 204 los autores reconocen el “fuerte sustento legal e institucional” que tuvo Rosas: tuvieron que agregar el sustento popular que lo acompañó hasta sus últimos días y posteriormente en su ausencia (en las pulperías rurales o en la evocación de provocadoras guitarras).

En la página 240, en la que se recuerda la campaña al desierto de 1833, se da por “acuchillado” al cacique Chocorí. Error. El blandengue Francisco Sosa, que lo persiguió y no lo alcanzó, le llevó a Rosas la lanza del cacique y su cota de malla (su coraza) compuesta por siete cueros superpuestos de venados que cubría el torso del cacique.

Se entendió entonces que un indio sin su lanza y desnudo en la Patagonia era hombre muerto. No fue así. Hacia 1841 apareció Chocorí con sus hijos Sayueque y Antiglif y pidió la paz a Rosas, quien lo aceptó y lo incorporó al “negocio pacífico”.

En la página 243, los autores recuerdan la cantidad de indios muertos en la campaña al desierto (entre 1400 a más de 3000). Se omite enumerar las bajas de los soldados de línea, ni a los miles de cautivos liberados. Al parecer para los autores un cristiano muerto no es igual a un indio muerto. Asoma acá la trampa dialéctica. Si matan los cristianos (españoles, criollos, blancos) a algún indio, o a muchos, será siempre un genocidio. Si en las pirámides truncadas de México se le arrebata el corazón a los indios prisionieros de guerra, o algunos blancos (cristianos) derrotados en algún entrevero, en homenaje a algún dios, es explicado ese sacrificio como un sublime arrebato teológico.

Si miles de indios murieron esclavizados en las tribus, trabajando durante años en la construcción de monumentos faraónicos para depositar el cadáver de un rey , que era justamente quien los había exterminado hasta la muerte, los simpatizantes indigenistas hablarán de las maravillas de los testimonios arquitectónicos de los nativos. Ahora bien, si hubo indios que murieron trabajando en el sistema de mita, se dirá simplemente que el Estado español los oprimía cruelmente.

De tal modo, se llega a la conclusión que el mundo cristiano es mendaz y antihumano, y la indianidad generosa y buena por naturaleza y arquitectónicamente bella.

Después de esta disgresión que no les viene mal a repetidores y gacetilleros, también se hace necesario explicar el porqué de algunas órdenes de violencia que fueron dictadas por Rosas a algunos de sus subordinados en la Campaña del Desierto.

No todos los indios eran iguales. Los había dispuestos a tratar y otros no. Rosas, cuando organizó la expedición, siempre tuvo en su cabeza el punto neurálgico al que tenía que llegar y desbaratar. Ese lugar era Choele Choele, de excelente pastoreo en el Río Negro, lugar de concentración de la hacienda robada en estancias de Córdoba, San Luis y Buenos Aires, por indios ranqueles y vorogas, para luego ser trasladados para su venta a los hacendados chilenos. Ese lugar, dominado por Chocorí, sus indios, soldados y suboficiales desertores que pagaban con alcohol, y chucherías a sus socios ranqueles y vorogas y con mujeres para servicio y serrallo de los suyos.

Rosas tenía en su punto de mira fundamental ese lugar de comercialización y traslado. Sus órdenes de eliminación o de exterminio fueron para estos huillinches pehuenches (Chocorí y su gente). No así para otros, por ejemplo, para los tehuelches, con los cuales suscribió tratados de paz, sugiriéndoles que defendieran y comercializan con Cármen de Patagones y así lo hicieron.

En la página 307, se repite otro disparate: “Rosas en los altares de las Iglesias”. El inventor de la especie fue Rivera Indarte en “Rosas y sus opositores” sin mayor examen lo repitió Florencio Varela en el “Comercio del Plata”, estando exiliado, y lo reiteró ingenuamente Félix Frías en “La gloria del tirano Rosas”.

De allí lo tomaron todos los historiadores, novelistas, ensayistas y gacetilleros actuales. Esta repetición, que va desde los nombrados, pasando por Grosso hasta Levene, se convirtió en una tradición de errores, originada en un disparate de uno de los opositores. A ninguno se le ocurrió consultar las hemerotecas de la Biblioteca Nacional para estudiar las ceremonias religiosas de la época de Rosas. En la gaceta mercantil en 1839 se describe como el retrato de Rosas era “colocado en el pabellón que le estaba preparado en el presbiterio (en la catedral)”. En otros periódicos se describe el espacio que estaba preparado en el presbiterio (La Merced); en otro “dos centinelas hacían de guarida de honor en el presbiterio (Balvanera)”. En ninguna parte se dice que el retrato fuera colocado en el altar. Dicho lugar (el presbiterio) es el espacio más cercano al altar, su utilización no es una profanación. En la actualidad es el lugar que se reserva para el Presidente de la República y eventualmente su esposa. Para notificación de los gacetillerros repetidores: el rito venía de los tiempos españoles. Era costumbre llevar las efigies de los reyes hasta las iglesias y ser recibidas allí por los prelados y cleros, bajo palio, para conducirlos al presbiterio. Se ve entonces que los autores de turno no han ido a la hemeroteca, algunos sólo han repetido una tradición de errores.

En la página 310 se deslizan varios errores que por no investigar, repiten afirmaciones de María Sáenz Quesada, que incurre en inexactitudes que los autores repiten.

Nos referimos a la amante que tuvo Rosas después que fallece en 1838 su esposa Encarnación que precisó atención por su dolencia terminal (cáncer) especialmente en sus dos últimos años 1837 y 1838 en el que falleció el 20 de octubre. Cuando Eugenia se incorpora (como una especie de empleada doméstica) ya venía embarazada. Tuvo a su primera hija hija Mercedes ese año 1838 y que llevo el apellido Costa porque fue engendrada por Sotero Costa Arguibel, un sobrino de Encarnación. Para sostener que Eugenia tiene amores con Rosas desde los trece años,  María Sáenz Quesada afirma en su libro “Mujeres de Rosas”, citado abundantemente por los autores, que Eugenia nace entre 1823-1825. La autora desconoce el Censo de 1855 y 1869, en donde están asentados los datos de toda la familia de Eugenia Castro, que dicen que su año de nacimiento fue 1820, habiendo tenido su primera hija a los 18 años, Mercedes, por un Arguibel. Los autores del libro que comentamos, meros repetidores de una autora que tampoco investigó el tema, incurren en las mismas aseveraciones incorrectas de su fuente. Así nacen o se perpetúan las tradiciones de errores, todos llevados por sus detestos o prejuicios (¿la objetividad?). A Dios gracias queda en los  documentos que los autores desconocen.

En la página 322 los autores cometen otro error sustancial al afirmar que Rosas impide el flujo de metálico al interior.

No leyeron el decreto de Rosas que prohíbe el flujo de metálico y la exportación de metálico “tan solo por agua”. Quien mira el mapa de la Argentina, se dará cuenta que el decreto está dirigido a las provincias del litoral, y parcialmente Santa Fé, pero dejaría libre de esa traba al resto. Allí comienzan los enojos de Urquiza. Los historiadores cuando se refieren a esas prohibiciones se comen el final del decreto “tan solo por agua” y hacen recaer las prohibiciones sobre el resto del interior.

Ya sea por ignorancia o deshonestidad intelectual omiten la parte del decreto que dice “POR AGUA” y así alimentan la animosidad hacia Buenos Aires para hablar de su inveterado centralismo. De paso ocultan que acá se esconde uno de los enojos de Urquiza que lo llevará a Caseros.

En la página 318 haciendo alarde de imparcialidad y objetividad reconocen que Rosas hacía votar a toda la población incluyendo a todos los soldados: omiten decir que también los hacía votar a los indios “de sargento para arriba”. No seguimos adelante con la enumeración de otros errores, omisiones o verdades a medias que nos hacen creer que los grandes autores revisionistas mencionados en la extensa bibliografía citada no han sido prolijamente leídos. Apenas ha habido una mirada superficial y deficiente. Pero nos advierte que los nuevos cultores del revisionismo contemporáneo están totalmente ignorados, repitiéndose los libros de las corrientes histioriográficas afines a los autores que los inhabilita a la tan aclamada ecuanimidad que pretenden esgrimir.

Por lo menos ya no hablan de la “tiranía sangrienta”, es un paso adelante.

Han reemplazado lo de la “tiranía sangrienta” por un “bendigo a tutti” que desde el púlpito neutral, como decía Jauretche a Félix Luna,  intentan distribuir justicia mitad por mitad, eclécticamente.


¿Podrán hacerlo? ¿mandarlos a todos al Paraíso? Rosas se encontrará con Urquiza y le preguntará,  “¿se recuerda en las escuelas que yo derroté a Francia e Inglaterra y que Ud se unió con Brasil para combatir su propia patria?”. Urquiza quizás le responda, “no había otra alternativa para escribir el “cuadernillo de 1853”. También se encontrarían Mitre y El Chacho y Mitre lo abrazaría con las dos manos al Chacho, pero este solamente lo abrazaría con una mano porque con la otra se estaría sosteniendo la cabeza que le cortaron en Olta. No está mal perseguir la ecuanimidad. ¿Podrá lograste? ¡Pero investiguen muchachos, investiguen!