Arturo Jauretche. |
Institúyese el día 13 de noviembre “Día del Pensamiento Nacional”, en homenaje al nacimiento del escritor y pensador Arturo Martín Jauretche.
Sancionada: Noviembre 26 de 2003.
Promulgada: Diciembre 29 de 2003.
El Senado y Cámara de Diputados de la Nación Argentina reunidos en Congreso, etc. sancionan con fuerza de
Ley:
ARTICULO 1° — Institúyese el día 13 de noviembre “Día del Pensamiento Nacional”, en homenaje al nacimiento del escritor y pensador D. Arturo Martín JAURETCHE.
ARTICULO 2° — Declárase de interés nacional las actividades relacionadas con lo normado en el artículo 1°.
ARTICULO 3° — Requerir del Consejo Federal de Educación la incorporación de todos los temas relativos a la vida y a la obra del escritor en los contenidos básicos comunes de la EGB y Polimodal.
ARTICULO 4° — Invítase a las provincias, a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y a los municipios a adherir a las propuestas de la presente ley.
ARTICULO 5º — Comuníquese al Poder Ejecutivo.
DADA EN LA SALA DE SESIONES DEL CONGRESO ARGENTINO, EN BUENOS AIRES, A LOS VEINTISEIS DIAS DEL MES DE NOVIEMBRE DEL AÑO DOS MIL TRES.
— REGISTRADO BAJO EL N° 25.844 — EDUARDO O. CAMAÑO. — DANIEL O. SCIOLI. — Eduardo D. Rollano. — Juan Estrada.
“Ojos mejores para
ver la Patria”
Por
José Luis Muñoz Azpiri (h)
Salvo
breves períodos, cuando el pueblo ejerció soberanamente su mandato, el
territorio argentino ha estado desde nuestro nacimiento como Nación en manos de
la contrarrevolución cultural. De aquí que la lucha por la emancipación
nacional e iberoamericana sea, fundamentalmente, un combate que se libra en el
terreno más difícil: el del pensamiento, el de las categorías culturales.
El maestro Osvaldo Guglielmino, quién desde sus juveniles
90 años sigue dictando cátedra nacional, destaca que “Así como los ingleses
urdieron el dominio económico, es decir, el imperialismo de la libra cuadrada
ante el fracaso de sus invasiones por el kilómetro cuadrado, los liberales
dependentistas forjaron la trama conceptual colonizante para silenciar la
realidad auténtica, la Patria Grande proclamada en 1816 a nombre de la
Provincias Unidas de Sudamérica e institucionalizar la falsa y pequeña que
formularon después a nombre de las provincias Unidas del Río de la Plata”.
Cuando se produce el derrumbe de la
Confederación Argentina, tras las batallas de Caseros y Pavón, la incipiente
vida autóctona nacional sufre un corte drástico y traumático, más rudo para su
identidad o autoconciencia que el de la turbulenta Revolución de Mayo de
1810.El país se acultura moral y físicamente mediante una europeización
acelerada que le impone un poblamiento anárquico y masivo y un sistema de
instrucción pública que imparte, con la alfabetización, un patriotismo
desarraigado y teórico. Este último no iba más allá de la devoción sentimental
a los símbolos de la bandera, el himno, la escarapela y el escudo, más el culto
al progresismo cosmopolita que habían enseñado a identificar lo propio con la
barbarie, empujando a Santos Vega al limbo y a Martín Fierro a la toldería.
“Ningún pueblo de habla española – escribió Alejandro
Korn – se despojó como el nuestro, en forma tan intensa, de su carácter
ingénito, so pretexto de europeizarse”. El modo más eficaz y violento de romper
con ese “carácter ingénito” fue la total carencia de gobiernos representativos,
electos por consenso expreso de la ciudadanía, desde 1852 hasta 1916. “Este
país, según mis convicciones – escribió Joaquín. V González – después de un
estudio prolijo de nuestra historia, no ha votado nunca. Todos nuestros
gobiernos han sido, pues, gobiernos de hecho”.
Por ésta y por tantas razones afines, Arturo Jauretche
clasificaba a los argentinos en nacionales y coloniales. Y por esto también, el
historiador Eduardo Astesano, sostenía fundadamente que en Nuestra América el
concepto de Nación contiene un elemento que lo singulariza frente al
eurocentrista: el de la lucha por la independencia que continúa hoy frente a
las modernas estrategias sobre todo transculturales, del neocolonialismo. En
más de una ocasión hemos comentado, no sin cierta amargura, que la cultura, el
arte, la creatividad, están exiliados de sus espacios tradicionales. Una
subcultura preferentemente audiovisual, mundializada a través de los medios
técnicos se presenta como cultura nueva y moldea el pensamiento. Pero apenas
logra encubrir su nihilismo radical. Se cumple la dramática sospecha de Hegel:
el arte (y la Cultura) por el lado de su “suprema destinación, es ya cosa del
pasado; como expresión y construcción de lo humano y de las formas de
civilización, ha sido relegada a las catacumbas. El poeta ha sido por fin
exiliado de la polis”. Quién logra
adueñarse o intoxicar cuantitativamente, el Internet y los mecanismos globales
de comunicación, logrará incomunicar casi definitivamente a la verdadera
cultura. Quién se apropie del medio se apropiará de la verdad (que será
virtual, sin otro contenido que su nihilismo). La verdad será como pasa con la
moda o la comida chatarra: la impone mundialmente quién tiene el aparato
financiero y publicitario para imponerla. Por lo cual lo nacional, que es lo
natural, que es lo verdaderamente histórico, que es la realidad cierta, no es
un extremo de una antinomia, sino el centro, la única verdad básica de nuestra
vida y nuestro destino.
Por todas estas razones es sumamente oportuno recordar el
imperativo que, para una básica higiene mental, estableciera Raúl Scalabrini
Ortiz: “Volver a la realidad es el imperativo inexcusable. Para ello es preciso
exigirse una virginidad mental a toda costa y una resolución inquebrantable de
querer saber exactamente cómo somos”. Que es a lo que se refería el gaucho
Jauretche cuando enseñaba que la cosa “cuesta al principio, porque hay que
apearse de todas las petulancias intelectuales que son tan caras al “culto” que
generalmente es solo un culterano porque practica una suerte de cursilería del
saber. Cuesta también porque está el riesgo de pasar como promotor del
analfabetismo a medida que se constata que el analfabeto razona más
naturalmente que el erudito, porque aquel ve las cosas directamente, con su
propia vista, que luego es deficiente pero más útil que el no mirarlas
directamente sino buscar su imagen en el
espejo que le ha proporcionado una erudición antinatural. Más claro es decir
que el hombre sencillo tucumano está mejor enterado de lo que en Tucumán pasa,
que el que solo se informa cuando vienen reflejado desde alguna metrópoli ya
interpretado, clasificado y adoctrinado según el modo de ver de aquella”.
Es decir, los “ojos mejores para ver la Patria” que
anhelaba el poeta Lugones, porque cada hombre y cada pueblo logran el
desarrollo y el afianzamiento de una cultura propia mediante la armonización de
su pensamiento con su entorno natural, sus particularidades y sus condiciones
subyacentes, que no son otros que aquellos de donde partió Juan D. Perón para
erigir su edificio político: “Hemos dado una doctrina que no hemos extraído de
nosotros sino del pueblo. La doctrina peronista tienen esta virtud, que no es
obra de nuestra inteligencia ni de nuestros sentimientos; es más bien una
extracción popular, es decir, que hemos realizado todo lo que el pueblo quería
que se realizase y que hacía tiempo que no se ejecutaba. Nosotros no hemos sido
más que los intérpretes de eso: lo hemos tomado y lo hemos ejecutado. Ahora,
como los auditores de Alejandro, tienen que venir los que expliquen por qué
hemos hecho esto; lo hemos hecho porque el pueblo lo quería, porque hay una
razón superior en el deseo popular”.
Este, y no otro, es el fundamento del pensamiento
nacional.