martes, 3 de febrero de 2015

RESPONSO POR LA DERROTA DE CASEROS

Juan Manuel de Rosas.







"Y sucedió lo que sucedería
el día
que el Señor nos dejara de su mano.

Que Dios no fuera criollo,
que se nos diera vuelta por el soberano
capricho de mostrarnos cómo trota,
con qué sístole y diástole se mueve
el corazón perdido en la derrota.

Como un árbol sin fruto,
la noche era más noche
y el llanto era más llanto,
recamado de luto.

Las estrellas
federales morían silenciosas y las altas estrellas
preguntaban por ella.
Preguntaban por qué ya no lucían
su gracia y su frescura
como en las claras horas de la Dictadura.

Los ángeles del cielo quebraban sus espadas
porque era pasado el tiempo
de las grandes patriadas:
las de meterse haciendo molinetes y eses
entre los unitarios y los franceses.

Tocada, por escarnio, de poncho y de galera,
la fracción ya enseñaba su cara brasilera.
Y la calandria patria se acogía a su nido,
porque ya la calandria no tenía sentido.

Ni tenían sentido las risas y las rosas,
porque había caído Don Juan Manuel de Rosas.
Ni tampoco los anchos
contornos de la pampa,
porque era la hora
de Luis el Guardachanchos.

En rudos cuajarones
de sangre se nos iban los varones
atropellándose en la muerte,
como antiguos patriarcas
que eligieran sus pingos funerarios
con sus pelos y sus marcas.

Allí quedó la Patria tendida sobre el campo,
con los ojos abiertos
para ver en su cielo el desatado lampo
de fuego y de vergüenza que cruzaba
como una cachetada
la historia de la tierra arrebatada.

Allí quedó la Patria, tendida y palpitante,
asesinada de hambre y muerte a cada instante.

Señor:
Tú, que todo lo puedes,
restáurala en su honor.
Y de paso, Señor,
Tú, que todo lo puedes,
entre tantos dolores
piedad, Señor, te pido,
piedad para los vencedores".
 

Ignacio B. Anzoátegui.