domingo, 20 de noviembre de 2016

LA HEROICA ACCIÓN DE LA VUELTA DE OBLIGADO



                                   Por José Luis Muñoz Azpiri (h)*

Corría el año 1845. Desde años atrás, en la Legislatura de Buenos Aires se  venían alzando voces elocuentes y altivas, entre ellas la de Lucio N. Mansilla,  para abogar por los derechos de la República, desconocidos y ultrajados por las  potencias europeas que pretendían dominar en el Río de la Plata. El 3 de agosto  de 1845 se consumó el despojo de la escuadra argentina por los anglofranceses  que querían imponer violentamente su mediación entre Buenos Aires y Montevideo,  sitiada esta última por las fuerzas de Buenos Aires y aliada de Corrientes, a la  sazón en guerra con el gobernador Rosas.
El 28 de septiembre, los almirantes aliados declararon bloqueados los puertos y  costas de la provincia de Buenos Aires; tenían en su poder la isla de Martín  García y libre la navegación del río Uruguay y se disponían a abrir a cañonazos  la navegación del Paraná. Rosas resolvió movilizar las milicias de la costa, que  reforzó con algunos batallones de la guarnición porteña, y puso estas fuerzas  bajo el mando de su hermano político, el general Mansilla, con la misión de  detener desde tierra el avance de las fuerzas navales aliadas aguas arriba del  Paraná.
Mansilla, poseído de singular patriotismo, reunió a su pequeños ejército en la Vuelta de Obligado, cerca de San Pedro, donde  improvisó algunas baterías y aprovechó el tiempo, mientras la escuadra aliada  avanzaba hacia el Norte para tender de costa a costa una cadena formada por más  de veinte lanchones, botes y chatas, de modo de entorpecer, siquiera el avance  de los grandes barcos enemigos.
El 20 de noviembre, los buques franceses e ingleses, con 113 cañones del nuevo  sistema, de los calibres de 14 a 80, atacan las baterías: Los defensores de  éstas sólo tienen 35 cañones de antigua construcción, entre los de batería y  tren rodante de los calibres 4 a 24. El capitán de navío Tréhouart comandaba las  fuerzas francesas de ataque y el capitán Hotham, las inglesa. Lucio N. Mansilla  dirigía personalmente la defensa.
El combate fue tan reñido como sangriento y duró nueve horas, con un fuego  incesante, en el que se lanzaron varios miles de proyectiles. El arrojo del  capitán inglés, que se adelanta en un bote y corta las cadenas de las  embarcaciones acordadas, dando lugar a que sus barcos franquearan las baterías,  decidió la victoria a favor de los atacantes. Algunos buques fueron totalmente  acribillados y puestos fuera de combate y las baterías arrasadas y tomadas en  medio de una horrorosa mortandad de argentinos, franceses e ingleses. El general  Mansilla cayó herido de un balazo en el pecho, en momentos en que, a la cabeza  de sus soldados, encabezaba un ataque a la bayoneta contra las tropas aliadas  que desembarcaban. El jefe argentino certificaba así, con sangrante testimonio,  la gaucha decisión de ese puñado de valientes dispuestos a morir en la demanda  antes que dejarse avasallar. Las sombras de la noche se tendieron sobre el campo  de la cruenta acción, cubriendo piadosamente los cuerpos de vencidos y  vencedores. Los extranjeros habían logrado su objetivo táctico, pero los  sobrevivientes criollos se retiraron, protegiendo con denuedo la bandera  incólume.
El paso del Paraná quedó expedito para los invasores, pero aprendieron allí que  no era fácil la empresa de conquista. Frente a la superioridad técnica, frente  al avasallador poder de sus buques y armamentos, estaba una inquebrantable  firmeza hecha de heroísmo, digno de la epopeya.
Caillet Bois ha dicho que el recuerdo de esta acción “subsistirá como lección  saludable a las veleidades de la intrusión extraña”. Tal fue el comentario de  América y aún de la prensa mundial, que entonces se ocupó como nunca de las  cosas del Plata y rodeó el nombre de Rosas con un prestigio de americanismo que  de inmediato consolidó su situación política.
Es que hay derrotas que honran. Y Obligado es de esas.
Sobre la barranca que se alza en las márgenes del Paraná queda flotando el  símbolo de nuestra soberanía jamás declinada por los argentinos y que las  generaciones que se suceden sabrán conservar en la plenitud de su integridad.

* Académico de Número del  Instituto Nacional de Investigaciones Históricas “Juan Manuel de Rosas”.