Los doctores Carlos Guillermo Frontera y Jorge O. Sulé colocan una ofrenda floral. |
El pasado miércoles 14 de marzo a las 10 hs. se efectuó en la bóveda de la familia Ortiz de Rozas (Cementerio de la Recoleta) el homenaje por el 141 aniversario del fallecimiento del brigadier general Juan Manuel de Rosas. En el acto pronunció palabras alusivas el doctor Luis M. Bandieri, el doctor Alberto Gelly Cantilo e hizo de maestro de ceremonias el doctor Diego Gutiérrez Walker. Al acto concurrieron representantes de Institutos Nacionales dependientes del Ministerio de Cultura de la Nación, Fuerzas Armadas y de Seguridad y entidades privadas. Asimismo, se realizó un responso por el eterno descanso de Juan Manuel de Rosas.
Entre los asistentes se encontraban el diputado nacional (m.c.) Lorenzo Pepe, el diputado nacional (m.c.) José L. Fernández Valoni, la profesora Cristina Vega, el doctor Carlos G. Frontera, el teniente coronel (VGM) Raúl Daneri, el doctor Jorge Oscar Sulé, el profesor Miguel A. Lentino, el doctor Manuel Urriza, el señor Daniel Brión, el doctor Arturo Pellet Lastra, el doctor Facundo A. Biagosch, el profesor José L. Muñoz Azpiri (h), el doctor Néstor L. Montezanti, el doctor Carlos Trueba
y el
profesor Pablo A. Vázquez. El Instituto agradece la colaboración y presencia de autoridades del Cementerio de la Recoleta doctora Sonia del Papa Ferraro y profesora Susana Gesualdi. A continuación se transcribe el discurso del Dr. Bandieri: Año
a año, cada 14 de marzo los miembros del
Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas nos
reunimos ante su sepulcro para rendirle
un homenaje en la fecha de su muerte. Fue el año 1877, en Southampton,
cumpliéndose por lo tanto en esta ocasión, el aniversario centésimo cuadragésimo
primero, 141 años, de ese tránsito cuyas circunstancias conocemos bastante bien
a partir de una carta de sui hija Manuelita a su esposo Máximo Terrero, fechada
dos días después. Se trata de un legítimo recordatorio de un grande argentino. Alguien podría considerarlo un ejercicio tan
reverente como nostálgico. Pero, junto con esta veneración al pasado y a
quienes nos precedieron, cabría preguntarse: ¿qué representa hoy Juan Manuel de
Rosas? ¿Qué le dice –qué puede decirle- aquella figura del siglo XIX a los
argentinos del siglo XXI? Sobre estas preguntas me permitiré hacer con ustedes
algunas muy breves reflexiones.
Muy
pocos tienen la virtud de trascender sus propias vidas, quedar vivos en la muerte
y constituirse en presencias permanentes.
Juan Manuel de Rosas se cuenta entre ellos. La Argentina le debe lo que
un distinguido miembro de nuestro Instituto, el doctor Arturo Pellet Lastra,
llama la primera y fundamental
organización nacional. Allá a
principios del siglo XIX nos dimos primero autogobierno y luego declaramos
nuestra independencia de España y de toda otra dominación extranjera. Fue un
proceso difícil en medio de un mundo difícil, que rodeó nuestra decisión de
hostilidad. Aquel proceso con tropiezos
logró derribar la dominación hispánica, afrontó con denuedo las consecuencias
de este acto, le plantó cara a la enemistad
erguida contra nosotros. Pero no
acertamos a sustituir el sistema
virreinal con una construcción institucional consiguiente. Supimos, con
esfuerzo, destruir lo existente, pero no supimos construir sobre lo derrumbado. Más allá de las personas y de la política se
revelaban las grandes tensiones estructurales del virreinato y de nuestro país,
aún vigentes cuando se rasca la superficie de muchos debates actuales: la
tensión entre Buenos Aires y el Litoral, por un lado, y el Noroeste
mediterráneo, por otro; le tensión de Buenos Aires con el Litoral por la la vía
de salida de los productos de este último.
El peculiar dato geográfico de que la entrada y salida de nuestras
producciones era sólo por el estuario del Río de la Plata. Por otra parte, la
tensión irresuelta en cuanto a las ideas
entre un centralismo desde Buenos Aires,
en nombre de un “pueblo” abstracto, sin lugar preciso, ni tiempo definido ni encadenamiento de vínculos familiares y
lealtades personales, por un lado, y, por otro, los “pueblos” concretos,
municipios y ciudades, con sus caudillos, que conducía a un irreversible
desemboque federativo. Estos elementos en
pugna condujeron a la anarquía, el desgobierno, los proyectos constitucionales
en el vacío.
En
esos años 20 del siglo XIX inicia Juan Manuel de Rosas su carrera política. No
hay normalidad, hay una situación de excepcionalidad que, desgraciadamente, se
había vuelto la norma. La necesidad del orden, el único piso resistente a las
construcciones políticas, era imperiosa. Era imprescindible dar una voz a las
clases bajas, a la gente de la campaña, protegerlos, cuidar de sus intereses –como le confidencia Rosas el
día de su asunción al representante de la Banda Oriental. Había que restaurar
las leyes No era un eslogan de
época. Necesitamos de la ley, que tiene
casi siempre un valor político positivo.
Estamos necesitados de leyes para constituirnos como ciudadanos. La
ausencia de ley es la ausencia de comunidad. Años más tarde, Alberdi habrá de
reconocer, “Rosas enseñó a los argentinos a obedecer”. En la excepcionalidad en
que hubo de transcurrir la mayor parte de su gobierno, se necesitaron las facultades extraordinarias, que habían sido patrimonio
de los gobiernos anteriores, y que serán también de los posteriores. Quisiera llevarlos a una comparación: casi al
mismo tiempo que Rosas asume la gobernación de Buenos Aires y el encargo de las
relaciones exteriores, de acuerdo con la Ley Fundamental de 1825, asume la
presidencia de los EE.UU. Andrew Jackson. Se produce un fortalecimiento del
poder presidencial, la irrupción de elementos populares aun en la asunción de
Jackson. Y éste se fija como unos de sus objetivos ampliar la frontera y
expulsar a los indios al oeste del Mississipi, con métodos un poco más
drásticos que los parlamentos de indios
que utilizó nuestro Restaurador. Un viajero francés dejó su testimonio sobre
aquella transformación de la política norteamericana. Se llamaba Alejandro de
Tocqueville y su libro, que aún se estudia con provecho, se llamó “La
Democracia en América”. Rosas, como Jackson en el Norte, establece en
Buenos Aires el primer gobierno de base realmente popular, amplía las
fronteras, fortalece y da carácter al poder activo de quien se asiente en el
viejo fuerte de Buenos Aires, lo que será modelo para el presidencialismo
posterior a 1853, Como decía un gran maestro, Julio Irazusta,
más importante que la dictadura es la construcción institucional del
Restaurador: la Confederación empírica, basada en nuestro modo de ser colectivo.
Las provincias eran entidades semisoberanas, y el vínculo confederal quería
abrazar también el Paraguay y la Banda Oriental. Cuando se produzca la segunda organización
nacional, bajo la conducción del general Roca, en 1880, el modelo adoptado fue
el de la centralización, con poderes presidenciales más fuertes y extensos que los que Rosas tuvo
en su momento. Y ahí quedó una tensión irresuelta hasta el día de hoy entre el
gobierno central y las provincias, entre federalismo de texto y unitarismo de
hecho. He dejado para el final la afirmación y defensa de la soberanía sobre el
territorio nacional efectuada por el Restaurador. Me permitiré una segunda
comparación: al mismo tiempo que la intervención anglofrancesa en el Río de la
Plata se produce en Extremo Oriente la
primera guerra del opio: ingleses, norteamericanos y holandeses declaran las hostilidades contra el imperio
chino porque éste, con buenas razones,
había prohibido la introducción del opio. Las flotas invasoras navegaron
el Yang Tze Kiang, consiguieron la cesión de Hong Kong y, años más tarde,
ocuparon y devastaron Beijing. Cuando se
observa el poderío chino de hoy, y su renacimiento imperial, resulta
asombroso que la confederación argentina
haya resistido victoriosamente dos agresiones europeas bajo Juan Manuel de
Rosas, al mismo tiempo que el milenario imperio chino sucumbía dos veces ante
ellas. ¿Qué
nos puede decir el recuerdo del hombre cuyos restos aquí yacen? Que en las
situaciones de excepcionalidad, y el mundo vive hoy una situación de excepcionalidad, un estado de excepción
planetario, hay que acudir a la
ejemplaridad de aquellos que supieron
plantársele a la excepcionalidad y salir airosos. Que la Confederación argentina lo supo hacer
en su tiempo. Que don Juan Manuel, el
brigadier general don Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rosas y López de Osornio,
fue –quizás- el político que más profundamente comprendió la constitución que se
es antes que la constitución que se tiene, y cuáles son los resortes profundos
de nuestro pueblo que deben desplegarse en los momentos críticos. Compréndase
bien que no estamos aquí para hacer de las tumbas trincheras y avivar y azuzar
los conflictos y tensiones que ya tenemos.
Buscamos con el recuerdo del legado de este gran héroe político contribuir al esplendor de la Patria y a la
concordia entre los argentinos. Por eso, como dijo un poeta de otro gran prócer:
“que su sepulcro nos convoque mientras el mundo de los hombres tenga días/ y
que hasta el fin haya un incendio bajo el silencio paternal de sus cenizas”.