Por Mónica Martín
Moreno 550 es la dirección del Museo del Sitio, tal como se llamará un nuevo espacio museístico que exhibirá buena parte de los alrededor de 5.000 objetos arqueológicos de valor incalculable que, de casualidad, se hallaron ahí mismo, en el corazón de la ciudad de Buenos Aires y que en gran parte pertenecieron a Juan Manuel de Rosas.
Tamaña sorpresa se habrán llevado los operarios mientras perforaban la platea de cemento del suelo para levantar oficinas y locales comerciales. De pronto, porcelanas, cepillos, jarrones y miles de reliquias del 1800 viajaron sin escalas por el túnel del tiempo hasta sus ojos del siglo XXI.
Apagaron las máquinas y llamaron al Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Todo lo que había de esa galera de mago sin fondo dejó boquiabiertas a las autoridades y, cuando lograron analizar la situación, dieron voz en alto y las excavaciones continuaron, pero con guantes blancos.
Era evidente que lo que estaba saliendo a la luz eran los tesoros de la historia de la ciudad de Buenos Aires. Y no cualquier historia, sino la de Juan Manuel de Rosas, Encarnación Ezcurra y muchos otros personajes ilustres, pero también anónimos que ocuparon ese espacio y dejando sus huellas unos tras otros.
Juan Manuel de Rosas vivió en Moreno 550
Gran parte de lo que se descubrió en esa manzana sita inmediatamente al sur de la Manzana de las Luces, la limitada hoy por Perú, Moreno, Bolívar y Belgrano, pertenecía a la familia Ezcurra Arguibel, los suegros de Juan Manuel de Rosas.
Allí funcionó la Casa de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y también la sede de la oficina de Correos y Telégrafos, precisamente en la esquina de Moreno y Bolívar.
Luego de la Batalla de Caseros (1852), cuando el Gobernador de Buenos Aires fue derrotado por la alianza del Ejército Grande y los unitarios, las nuevas autoridades le confiscaron a Rosas no sólo el predio de Moreno 550 sino también todas las viviendas que había en la cuadra, entre Perú y Bolívar.
Todo ese minicentro del poder porteño fue pasando por diversas manos y los 5.000 objetos hallados (sólo unos 300 están íntegros y completos) permitirán reconstruir vertical y horizontalmente cómo fue la vida doméstica de las diversas clases sociales que habitaron Montserrat, a lo largo del 1800.
Museo, lujos y reliquias del 1800
El proyecto de rescate arqueológico estuvo en manos de la Doctora en Arqueología Ana Igareta, Investigadora del CONICET y coordinadora de Arqueología Histórica del Museo de La Plata. La experta planificó trabajar sobre 15 estructuras arqueológicas que se excavaron a una profundidad que osciló entre los 3 y los 8 metros. Así fue como “renacieron” 3 aljibes, 5 pozos ciegos y 3 letrinas, entre muchas otras sorpresas.
Con todo lo hallado, se acopiaron 117 cajones de material arqueológico y se elaboraron 2650 fichas arqueológicas.
Entre pala y pala aparecieron 500 botellas de vino inglés. Una, sin embargo, llamó particularmente la atención de la Dra. Ana Igareta: una botella de un vino que se fabricaba entre 1835 y 1870, de vidrio verde oscuro, llamado “vidrio negro”, pero que en las casas porteñas se guardaba después de los brindis, para reutilizar con otros contenidos.
Entre esos vestigios de los placeres etílicos, otra había quedado en una letrina, tapada con un corcho, cubierta de musgo verde y con olor nauseabundo, claro. La destaparon, pero lejos de aparecer Alí Babá, lo que asomó fue una colonia de insectos, moscas y puparios teñidos de rojo.
Mandaron a analizarlos y se supo que, una vez tomado el vino, la botella se rellenó con sangre de pato. “El Pato a la sangre, o Canard au sang”, era un plato especial en esa familia de elite del XIX”, explican desde el equipo de la Dra. Ana Igareta.
Rosas y la vajilla inglesa
Entre estos sutiles indicios de que en Moreno 550 la comida nunca faltaba, apareció una enorme cantidad de loza inglesa estampada, platos Talavera; más de una docena de platos con la leyenda “Federación o Muerte” (hasta ese día sólo existía un solo plato de Rosas y estaba en el Museo Histórico Nacional); además de 35 platos playos y hondos con el mensaje “Viva la federación”, para que quedara en claro quién mandaba en casa.
Eso no fue todo: siguieron asomando bacinillas (orinales) en colores fuertes y brillantes, aguamaniles ingleses pintados a mano, jofainas con motivos florales Gaudy Dutch; tinteros, pizarras, muchas bolitas “con las que habrá jugado Lucio Mansilla, el sobrino de Juan Manuel de Rosas”; pelotas cosidas con tientos de cuero y otras de caucho; piezas de dominó de hueso pulido; dados de mármol; y pipas de caolín que, cuando se rompían, se las daban a los chicos para que las usaran de burbujeros.
Rosas y los perfumes franceses
Los lujos en tiempos de Rosas no eran solo cosa de hombres. La excavación en Moreno 550 trajo de nuevo al presente muchas coqueterías femeninas del 1800.
Para empezar, los cepillos para el cabello: un mango de madera que sostenía cerdas de cerdo, jabalí o caballo que las damas patricias no sólo utilizaban para peinarse sino también para disimular la falta de higiene (el pelo se lavaba muy de tanto en tanto y todavía ni se soñaba con el spray de shampoo seco).
Tras los cepillos volvieron a la luz innumerables potes de loza que en sus buenos tiempos guardaban cremas y ungüentos de toda índole; algunos habían terminado entre la basura sin ser abiertos, pero otros, gruesos y culones, eran piezas de cerámica que debían contener productos caros, dado el poco tamaño que el envoltorio le dejaba al ungüento (agrandar envases y reducir contenido es una trampa comercial de larga data).
Muchos de esos lujos estéticos apuntaban a Europa, como el Baronne Durand (la marca que hizo famosa la esposa de un espía francés) y los antisépticos, los incontables tónicos, los perfumeros de vidrio y los infaltables perfumes franceses, sin olvidar la colonia “Laugier, Père et fils” que muchas damas de la época hubieran querido estrenar un sábado.
Y entre los restos del pasado apareció de pronto una perlita insospechada: el Agua de Florida, una de las colonias más populares del siglo XIX, que se vendía como el milagro que mitigaba los dolores del cuerpo, y tal vez los del alma, porque el término “agua florida” no solamente refería al lugar de origen del elixir sino también a la fuente de la eterna juventud que, en el mundo chic del 1800, no parecía tener domicilio en Asia, ni en el Viejo Continente sino en la Península de Florida, donde hoy se encuentra Miami, destino favorito de los argentinos… ¡Vaya que son curiosas son las vueltas de la vida!
Cisterna de Rosas
El inmenso volumen del pasado resultó “no tener fondo” cuando se precisaron 63 días más de excavaciones para que una colosal cisterna diera signos de vida en medio de tantos escombros. Era tan regia y descomunal que se precisaron 13 camiones para liberarla de la tierra que la sepultaba.
La “Cisterna de Rosas”, tal como se bautizó a la reliquia subterránea, tenía todo para pensarse que sería uno más de “los túneles misteriosos”, que se le atribuyen a Buenos Aires. Sin embargo, no fue así.
Antes de que Buenos Aires tuviera agua corriente (entre 1860 y fin del siglo XIX), el agua doméstica provenía de ríos, pozos o caía del cielo cada vez que llovía. La mayoría de la gente juntaba el agua en tinajas; sólo una familia pudiente podía darse el lujo de hacer construir este Coloso de Rodas con paredes de ladrillos que garantizaran la pureza del agua.
Como muestra El hombrecito del azulejo, de Manuel Mujica Láinez, las cisternas de los ricos terminaban en un brocal en el patio, desde donde un balde sostenido por cuerdas partía en busca del oro líquido sepultado en la tierra.
La Cisterna de Rosas es la mayor alguna vez descubierta en Buenos Aires: redonda, con 7,20 metros de diámetro, 6 metros de profundidad y una capacidad superior a los 200.000 litros de agua (5 piscinas domésticas de 8 x 4 metros). Revestida con mortero de cal y polvo de ladrillo, tiene un piso de baldosas francesas de la región normanda de El Havre.
Para no perder la costumbre de sorprender, Moreno 550 siguió siendo noticia en el año 2018, cuando se encontró una segunda Cisterna, de las mismas características que la anterior, pero más pequeña.
Moreno 550 y media manzana más
El análisis posterior está permitiendo determinar que no todo lo encontrado perteneció a los Rosas. Por Moreno 550 el tiempo dejó huellas de diversas clases sociales.
“Los tinteros y trozos de pizarras hallados, seguramente pertenecieron a la Escuela de Catedral al Sur, de la época sarmientina, por ejemplo”, especifica el Dr. José Sellés-Martínez, Presidente del Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces.
“Esa casa fue del obispo, quien se la vendió a la familia Arguibel, bisabuelos de Encarnación Ezcurra. Luego vivirán allí Ignacio Ezcurra y Teodora Arguibel, los padres de Encarnación, que nació aquí mismo en 1795. Rosas pidió su mano en 1813 y vivieron en Moreno 550 desde que se casaron. Allí también nacieron sus tres hijos y murió Encarnación, en 1838”, prosigue Sellés-Martínez.
En Moreno 550 también vivió Pedro Pablo rosas y Belgrano, el hijo ilegítimo que María Josefa Ezcurra (cuñada de Rosas) tuvo con su amante 15 años mayor, Manuel Belgrano, el creador de la bandera.
Moreno 550 también fue “la oficina” desde donde el dos veces Gobernador de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina con Facultades Extraordinarias hacía temblar a sus enemigos y opositores políticos, ya que pocas veces pisó el Fuerte, la sede gubernamental.
Moreno 550 en el siglo XX
Entre 1836 y 1844, el líder federal le fue comprando a su suegra, Teodora Arguibel de Ezcurra, no sólo la casa de Moreno 550 sino los lotes adyacentes. Se quedó casi con media manzana.
En 1870, cuando el ex líder punzó hacía tiempo que vivía en Southampton, Reino Unido, un plano municipal de la calle Moreno testimoniaba que las propiedades de Rosas se habían mutado y fragmentado en la Casa de Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, la Escuela Modelo, el Papel Sellado de la Provincia, la Oficina de Patentes, la Escribanía Mayor del Gobierno Provincial y la Casa de Justicia Nacional –futuro germen de la Corte Suprema de la Nación-.
Donde estuvo el Correo, para el primer centenario de la patria, los hermanos Lorenzo, José y Benito Raggio, presionaban contra reloj para que se inaugurara su flamante y portentoso local comercial, que hoy se denomina Palacio Raggio.
Y en el gran caserón que habitaron los suegros de Rosas junto a sus nueve hijos, en donde el mismo Rosas pasó su luna de miel, fue demolido en 1890 y en 1970 ya era una playa de estacionamiento.
Museo del Sitio
“En este momento se sigue trabajando justo en donde están las cisternas. Por ahora y hasta tanto se inaugure el Museo del Sitio (aún no hay fecha precisa) lo que se exhibe son los paneles de la muestra ‘Anticipando el Museo de Sitio’, pero no los objetos originales”, aclara el Dr. Sellés-Martínez.
Las visitas guiadas al Museo del Sitio, que funcionará en la planta baja, se realizarán los sábados a las 16 y 17 hs y serán gratuitas, auspiciadas por la empresa constructora que trabaja en las obras que se levantarán en el predio.
Por otra parte y para completar el paseo, el Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces también ofrecerá visitas guiadas a la Manzana de las Luces (la cuadrícula de oro que depende del Ministerio de Cultura de la Nación) y otros recorridos por Montserrat, haciendo énfasis en la historia social, cultural y arquitectónica del lugar. Serán tanto para público general y escuelas, pero aranceladas. En ambos casos requerirán inscripción previa al correo visitasycursos@gmail.com
Mientras se inaugura el Museo del Sitio, los interesados en el patrimonio porteño y la saga rosística pueden visitar la Casa Museo de Juan Manuel de Rosas, en San Andrés.
“En el Museo Saavedra, en CABA, también hay una importante colección de objetos de Rosas, donada por el arquitecto Eduardo Zemborain. La denominada Casa de Rosas en San Andrés parece que la hizo construir para cuando tenía que alojarse en la zona porque allí se concentraban cuerpos militares. En esos lugares (los Santos Lugares, precisamente) se alojaban tropas que participaron en la Vuelta de Obligado y en la batalla de Caseros. Pero no era "su casa" en el sentido de vida familiar. Tuvo su casa familiar en Moreno 550 y, luego del fallecimiento de Encarnación, en Palermo”, aclara el Dr. Sellés-Martínez.
“Además, Rosas tenía en sus estancias casas que habitaba cuando iba por razones ‘de estanciero’ a veces a tomar algún descanso. Pero denominar a ese lugar de San Andrés ‘Casa de Rosas’ es un poco excesivo...”, resume el Presidente del Instituto de Investigaciones Históricas de la Manzana de las Luces, para trazar el mapa del circuito rosístico disponible en Buenos Aires. Bastante escaso, por cierto.
Fuente:
Perfil 26/01/2022.