domingo, 18 de marzo de 2018

141 ANIVERSARIO DEL FALLECIMIENTO DEL BRIGADIER GENERAL JUAN MANUEL DE ROSAS
























Los doctores Carlos Guillermo Frontera y Jorge O. Sulé colocan una ofrenda floral.




El pasado miércoles 14 de marzo a las 10 hs. se efectuó en la bóveda de la familia Ortiz de Rozas (Cementerio de la Recoleta) el homenaje por el 141 aniversario del fallecimiento del brigadier general Juan Manuel de Rosas. En el acto pronunció palabras alusivas el doctor Luis M. Bandieri, el doctor Alberto Gelly Cantilo  e hizo de maestro de ceremonias el doctor Diego Gutiérrez Walker. Al acto concurrieron representantes de Institutos Nacionales dependientes del Ministerio de Cultura de la Nación, Fuerzas Armadas y de Seguridad y entidades privadas. Asimismo, se realizó un responso por el eterno descanso de Juan Manuel de Rosas.
Entre los asistentes se encontraban el diputado nacional (m.c.) Lorenzo Pepe, el diputado nacional (m.c.) José L. Fernández Valoni, la profesora Cristina Vega, el doctor Carlos G. Frontera, el teniente coronel (VGM) Raúl Daneri, el doctor Jorge Oscar Sulé, el profesor Miguel A. Lentino,
el doctor Manuel Urriza, el señor Daniel Brión, el doctor Arturo Pellet Lastra, el doctor Facundo A. Biagosch, el profesor José L. Muñoz Azpiri (h), el doctor Néstor L. Montezanti, el doctor Carlos Trueba

y el
profesor Pablo A. Vázquez. El Instituto agradece la colaboración y presencia de autoridades del Cementerio de la Recoleta doctora Sonia del Papa Ferraro y profesora Susana Gesualdi. A continuación se transcribe el discurso del Dr. Bandieri: Año a año, cada 14 de marzo  los miembros del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas nos reunimos ante su  sepulcro para rendirle un homenaje en la fecha de su muerte. Fue el año 1877, en Southampton, cumpliéndose por lo tanto en esta ocasión, el aniversario centésimo cuadragésimo primero, 141 años, de ese tránsito cuyas circunstancias conocemos bastante bien a partir de una carta de sui hija Manuelita a su esposo Máximo Terrero, fechada dos días después.   Se trata de un legítimo  recordatorio de un grande argentino.  Alguien podría considerarlo un ejercicio tan reverente como nostálgico. Pero, junto con esta veneración al pasado y a quienes nos precedieron, cabría preguntarse: ¿qué representa hoy Juan Manuel de Rosas? ¿Qué le dice –qué puede decirle- aquella figura del siglo XIX a los argentinos del siglo XXI? Sobre estas preguntas me permitiré hacer con ustedes algunas muy breves reflexiones.
Muy pocos tienen la virtud de trascender sus propias vidas, quedar vivos en la muerte y constituirse en presencias permanentes.  Juan Manuel de Rosas se cuenta entre ellos. La Argentina le debe lo que un distinguido miembro de nuestro Instituto, el doctor Arturo Pellet Lastra, llama  la primera y fundamental organización nacional.   Allá a principios del siglo XIX nos dimos primero autogobierno y luego declaramos nuestra independencia de España y de toda otra dominación extranjera. Fue un proceso difícil en medio de un mundo difícil, que rodeó nuestra decisión de hostilidad.  Aquel proceso con tropiezos logró derribar la dominación hispánica, afrontó con denuedo las consecuencias de este acto, le plantó cara a la enemistad  erguida contra nosotros.  Pero no acertamos  a sustituir el sistema virreinal con una construcción institucional consiguiente. Supimos, con esfuerzo, destruir lo existente, pero no supimos construir  sobre lo derrumbado.  Más allá de las personas y de la política se revelaban las grandes tensiones estructurales del virreinato y de nuestro país, aún vigentes cuando se rasca la superficie de muchos debates actuales: la tensión entre Buenos Aires y el Litoral, por un lado, y el Noroeste mediterráneo, por otro; le tensión de Buenos Aires con el Litoral por la la vía de salida de los productos de este último.  El peculiar dato geográfico de que la entrada y salida de nuestras producciones era sólo por el estuario del Río de la Plata. Por otra parte, la tensión irresuelta  en cuanto a las ideas  entre un centralismo desde Buenos Aires, en nombre de un “pueblo” abstracto, sin lugar preciso, ni tiempo definido  ni encadenamiento de vínculos familiares y lealtades personales, por un lado, y, por otro, los “pueblos” concretos, municipios y ciudades, con sus caudillos, que conducía a un irreversible desemboque federativo.  Estos elementos en pugna condujeron a la anarquía, el desgobierno, los proyectos constitucionales en el vacío.
En esos años 20 del siglo XIX inicia Juan Manuel de Rosas su carrera política. No hay normalidad, hay una situación de excepcionalidad que, desgraciadamente, se había vuelto la norma. La necesidad del orden, el único piso resistente a las construcciones políticas, era imperiosa. Era imprescindible dar una voz a las clases bajas, a la gente de la campaña, protegerlos, cuidar de  sus intereses –como le confidencia Rosas el día de su asunción al representante de la Banda Oriental. Había que restaurar las leyes  No era un eslogan de época.  Necesitamos de la ley, que tiene casi siempre un valor político positivo.  Estamos necesitados de leyes para constituirnos como ciudadanos. La ausencia de ley es la ausencia de comunidad. Años más tarde, Alberdi habrá de reconocer, “Rosas enseñó a los argentinos a obedecer”. En la excepcionalidad en que hubo de transcurrir la mayor parte de su gobierno, se necesitaron las facultades  extraordinarias, que habían sido patrimonio de los gobiernos anteriores, y que serán también de los posteriores.  Quisiera llevarlos a una comparación: casi al mismo tiempo que Rosas asume la gobernación de Buenos Aires y el encargo de las relaciones exteriores, de acuerdo con la Ley Fundamental de 1825, asume la presidencia de los EE.UU. Andrew Jackson. Se produce un fortalecimiento del poder presidencial, la irrupción de elementos populares aun en la asunción de Jackson. Y éste se fija como unos de sus objetivos ampliar la frontera y expulsar a los indios al oeste del Mississipi, con métodos un poco más drásticos  que los parlamentos de indios que utilizó nuestro Restaurador. Un viajero francés dejó su testimonio sobre aquella transformación de la política norteamericana. Se llamaba Alejandro de Tocqueville y su libro, que aún se estudia con provecho, se llamó “La Democracia en América”.   Rosas, como Jackson en el Norte, establece en Buenos Aires el primer gobierno de base realmente popular, amplía las fronteras, fortalece y da carácter al poder activo de quien se asiente en el viejo fuerte de Buenos Aires, lo que será modelo para el presidencialismo posterior a 1853,    Como decía un gran maestro, Julio Irazusta, más importante que la dictadura es la construcción institucional del Restaurador: la Confederación empírica, basada en nuestro modo de ser colectivo. Las provincias eran entidades semisoberanas, y el vínculo confederal quería abrazar también el Paraguay y la Banda Oriental.  Cuando se produzca la segunda organización nacional, bajo la conducción del general Roca, en 1880, el modelo adoptado fue el de la centralización, con poderes presidenciales  más fuertes y extensos que los que Rosas tuvo en su momento. Y ahí quedó una tensión irresuelta hasta el día de hoy entre el gobierno central y las provincias, entre federalismo de texto y unitarismo de hecho. He dejado para el final la afirmación y defensa de la soberanía sobre el territorio nacional efectuada por el Restaurador. Me permitiré una segunda comparación: al mismo tiempo que la intervención anglofrancesa en el Río de la Plata se produce en  Extremo Oriente la primera guerra del opio: ingleses, norteamericanos y holandeses  declaran las hostilidades contra el imperio chino porque éste, con buenas razones,  había prohibido la introducción del opio. Las flotas invasoras navegaron el Yang Tze Kiang, consiguieron la cesión de Hong Kong y, años más tarde, ocuparon y devastaron Beijing.  Cuando se observa el poderío chino de hoy, y su renacimiento imperial, resulta asombroso  que la confederación argentina haya resistido victoriosamente dos agresiones europeas bajo Juan Manuel de Rosas, al mismo tiempo que el milenario imperio chino sucumbía dos veces ante ellas. ¿Qué nos puede decir el recuerdo del hombre cuyos restos aquí yacen? Que en las situaciones de excepcionalidad, y el mundo vive hoy una situación  de excepcionalidad, un estado de excepción planetario,  hay que acudir a la ejemplaridad  de aquellos que supieron plantársele a la excepcionalidad y salir airosos.  Que la Confederación argentina lo supo hacer en su tiempo.  Que don Juan Manuel, el brigadier general don Juan Manuel José Domingo Ortiz de Rosas y López de Osornio, fue –quizás- el político que más profundamente comprendió la constitución que se es antes que la constitución que se tiene, y cuáles son los resortes profundos de nuestro pueblo que deben desplegarse en los momentos críticos. Compréndase bien que no estamos aquí para hacer de las tumbas trincheras y avivar y azuzar los conflictos y tensiones que ya tenemos.  Buscamos con el recuerdo del legado de este gran héroe político  contribuir al esplendor de la Patria y a la concordia entre los argentinos. Por eso, como dijo un poeta de otro gran prócer: “que su sepulcro nos convoque mientras el mundo de los hombres tenga días/ y que hasta el fin haya un incendio bajo el silencio paternal de sus cenizas”.